Los viajes sirven para cambiar el agua de la pecera.
Julio Cortázar

sábado, 4 de diciembre de 2010

Paris (Diciembre 2010)

*Este texto está totalmente condicionado por las bajas temperaturas durante mi estancia allí.
La primera imagen que tengo de París es la inevitable comparación de su torre más (la Eiffel) con mi torre más alta (la Giralda). Creo que no es necesario un veredicto. París me gustó. Su grandiosidad, digna de una capital de un importante país. Cada esquina merece una mirada. Cuidadísima y con una fachada general admirable. Un metro rápido y fácil de entender que permite ver todo lo gordo en el día y medio que tenía disponible. Todo ello bajo cero y nevando. La tremenda barbaridad de obras que se encuentra en torno a la pirámide de cristal del Louvre es un signo del resto de la ciudad. Un parque temático turístico que tiene como actores a blancos y negros por igual con guarnición asiática. Mezcla cultural cobijada por la ciudad de las posibilidades. Un edén fotografiable en cada esquina que tiene como principal handicap su alto precio y, en este caso, su meteorología desapacible.
Y ahora les hablo de la joya de la corona. La Catedral de Notre-Dame. Con una plazoleta excelentemente adornada, se presenta la archiconocida fachada del templo parisino. Solo un preludio de la barbaridad que hay dentro. Vidrieras entre arcos de todo tipo y cantos celestiales.. Debo insistir en la figura de la cantante de aquel lugar. Quizás el detalle más perfecto de todo el viaje y casi de los muchos viajes que he hecho. Sobre una nube paseaba por el templo admirando y admirándome allí con el gorro y los guantes por fin quitados y respirando el aire paradisiaco catedralicio.
Buena sensación que deberá ser confirmada en próximos viajes. Tacho de mi lista de pendientes la capital francesa y sigo. Vuelvo y sigo volando.

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