Los viajes sirven para cambiar el agua de la pecera.
Julio Cortázar

domingo, 27 de febrero de 2011

Oporto (Febrero de 2011)


Hacía años que no iba a Portugal. Lisboa me dejó mal sabor de boca hace una década y no confiaba mucho en Oporto. Pero me equivoqué. Oporto tiene su cosa. Sus plazas empedradas, sus casa antiguas que dan a la ribera y ambiente melancólico muy porteño. Es una ciudad llena de color contrastada del blanco y negro de su fachada añeja. Con taxis baratos y vistas al mar. No me supo a Portugal. El tópico de la toalla y la mujer bigotuda allí no cabe, aunque sus féminas no sean bellas del todo. La verdad, me parecio un lugar de viejos. La juventud no pega entre tanto anciano abastonado y metal oxidado. A Oporto no fui a hacer turismo en si. Fui a lo que fui y quizás ahí resida uno de sus monumentos más importantes. El estadio Do Dragao.
Do Dragao, remodelado para la Eurocopa de 2004, es un espectáculo para los sentidos. Parece que se ve, pero no se ve. Parece indefenso porque el aire entra por cualquier lugar. Azul, como el mar que llega hasta la ciudad, es un mar de asientos pulcros con muchos palcos. Me gustó Oporto. No creo que vuelva, pero me gustó.

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